martes, 20 de enero de 2009

Sueños Comparidos XIV

A veces conseguimos que nuestros sueños se hagan realidad, en esos momentos nos sentimos las personas más afotunadas del mundo y con razón, porque resulta muy dificil disponer a menudo de esa suerte. Pero otras veces, los sueños son sólo eso y queremos que no acaben nunca porque son esa energía que nos ayuda a vivir los días con sonrisas bobaliconas y momentos soñando despierto.

Ella

Soy metódico y organizado, casi siempre sigo las mimas rutinas. Mis amigos dicen que soy obsesivo compulsivo, pero no es así, yo no tengo que apagar 25 veces la luz del recibidor antes de salir de casa por miedo a que si no lo hago mi familia muera, pero sin embargo suelo hacer siempre lo mismo al levantarme, suelo tener todas mis cosas ordenadas de una manera determinada, para luego encontrarlas mejor y sí, cuando tiendo la ropa las prendas tienen que tener las pinzas del mismo color, pero eso sólo significa que tengo gusto por una estética ordenada y concordante y que al trabajar de analista informático, mi mente está acostumbrada a ordenarlo todo y a analizar cada aspecto de la vida de forma esquemática.

Cada mañana cuando me levanto de la cama siempre hago lo mismo, siempre me levanto antes que ella. Silenciosamente me ducho, me lavo los dientes y me visto para estar preparado. Me encanta mirarla durmiendo, es tan dulce, su pelo se alborota sobremanera por la noche, pero eso sólo le da un aire despreocupado y casero que la hace más atractiva. Siempre duerme con un pijama viejo, muy ancho, creo que era de su padre. Pantalones a cuadros y una camiseta negra que se le ajusta al cuerpo y deja a la imaginación la forma de sus pechos. Por supuesto, siempre, siempre se mete en la cama con calcetines, aunque luego se los quite en mitad de la noche cuando la su cuerpo ha recuperado el calor. Estoy seguro de que su imagen al levantarse, con esa ropa dejada y los pelos alborotados puede parecer poco sexy, pero a mi me encanta, la siento tan cerca al verla así.

Cada mañana después de apagar el despertador se levanta de un salto de la cama. Yo me quedo mirándola y todos los días sonríe al nuevo amanecer, es tan alegre que contagia sus sonrisa a todo el mundo, ilumina todo a su alrededor y te hace olvidar todo lo malo del día anterior. Siempre me sorprende lo rápido que se desprende de su pijama, casi en un abrir y cerrar de ojos está desnuda y se dirige a la ducha. Ese es el mejor momento de la mañana. Puede que muchos piensen que soy un pervertido por mirarla de esa manera, pero es que ver las gotas de agua resbalando por su piel… Tantas veces mi mente ha cabalgado desenfrenada en esos momentos, siempre he deseado entrar con ella, abrir la mampara y sorprenderla con mis besos. Me encantaría recorrer los caminos dibujados por el agua en su brillante piel con mis dedos, con mi lengua, y fundir nuestros cuerpos en un abrazo eterno bajo el calor del agua de ls ducha. Sus manos recorren metódicamente cada milímetro de su piel, esparciendo el gel por todo su cuerpo y yo anhelo ese trato en mi piel. Pienso en ponerme de cara a la pared y sentir cómo sus manos enjabonan mi espada, mi culo, mis piernas y cómo rodeándome con sus brazos y pegando sus pechos a mi espalda, aplica el mismo cuidado en mi pecho, mi barriga y cómo traviesa se detiene en mi erección, inevitable, para masajearme con una sonrisa pícara y excitarme aún más. Mis manos no pueden hacer más que sumarse a sus caricias y echados los brazos hacia atrás agarro sus nalgas fuertemente y las masajeo, pegando aún más su cuerpo al mío. Mis dedos juguetones se cuelan entre su culo encontrando su sexo mojado por el agua y por la excitación de nuestros masajes. Siempre me ha sorprendido lo caliente que es, a pesar de la temperatura del agua, mis dedos se queman al entrar en ella, al penetrarla poco a poco y al sentir cómo, aún más excitada su sexo se abre aún más.

-Deja de jugar con tus manos y date la vuelta.- susurra en mi oído. Me comporto como un autómata y me giro casi bruscamente con una de sus manos aún sujeta a mi miembro a punto de estallar.

No puedo negar mis deseos, no puedo dejar de mirarla y de acariciarla, pero por si se me ocurriera estropear ese momento con alguna estúpida frase, ella me cierra la boca con su labios, rodeando mi cuello con sus brazos y aferrándose a el como si en cualquier momento pudiera caer al vacío. Mi sexo hinchado se pega a su vientre y con la presión lo siento palpitar entre los dos, ella también lo siente y mirándome a los ojos, con una sonrisa en sus labios, da un saltito y me rodea la cintura con sus piernas. Comprendo al momento su juego y apuntándolo con la mano coloco mi verga en la entrada ardiente que ella me ofrece. Entonces como activado por un resorte disparado al sentir su contacto, empieza la locura, el desenfreno de nuestros cuerpos enlazados y ensartados el uno en el otro. La sujeto por el culo y acompaño su sacudidas que hacen que entre y salga de su calor, de su ardiente cuerpo a un ritmo endiablado, sin embargo no quiero terminar, no quiero que este momento se acabe nunca, es tan delicioso sentir sus cuerpo rodeándome, estar dentro de el y cómo el agua nos baña a los dos mezclándose con nuestro sudor, nuestra saliva y el fruto de nuestro sexo que pararía el mundo en ese instante preciso en que ella se convulsiona y se agarra fuertemente a mi, su boca se aferra a la mía y nuestros orgasmos se unen bajo la lluvia artificial y nuestros cuerpos son arrastrados por el agua, liberados del ardor y fundidos como dos muñecos de barro en el agua con un abrazo eterno y en miles de besos.

Cada día ella sale de la ducha y me deja así, absorto en mis deseos y soñando con tenerla a mi lado para hacer realidad esos sueños húmedos que manchan cada mañana la alfombra que hay al lado de la ventana de mi salón, desde la que veo cada mañana, a través de la de su habitación cómo se prepara para ir a trabajar, hasta que un día reúna el valor para hablar con ella.


martes, 28 de octubre de 2008

Sueños Compartidos XIII

Recuerdo una frase que me encantó de una muy buena película "Américan Splendor", decía la coprotagonista: "El tiempo pasa extrañamente". Algo así es lo que pasa con mi tiempo últimamente, los días pasan sin darme cuenta y el tiempo que paso abrazado por mis sueños me transporta a momentos que desearía atrapar en burbujas irrompibles para volver a ellos en cualquier momento. Reconozco el abandono de otros sueños más reales, reconozco la dejadez de ciertas dedicaciones que igualmente me encantan, pero sin embargo no cambiaría esos momentos por nada de este mundo...

Caen las sombras


La oscuridad envuelve la ciudad y las calles permanecen solitarias. Alguna que otra persona deambula por las callejuelas, pendientes únicamente de sus asuntos. Cristine casi corría, en vez de caminar hacia su casa. Siempre aquellas calles la ponían nerviosa hasta el punto de ir temblando exageradamente mientras caminaba, a pesar del sofocante ambiente, provocado por el efecto invernadero, que convertía la ciudad en una especie de horno microondas donde la gente se deshacía por momentos en su propio sudor.

Cada noche le tocaba andar por las mismas calles, repitiendo el recorrido que le llevaba desde su trabajo, un Jazz-Club cargado de humo, pero en el que podía disfrutar de muy buena música, que le encantaba, y donde una chica guapa se ganaba bien la vida gracias a las propinas. Lo peor era volver a casa. Miles de veces se había planteado comprarse un coche para así llegar antes y no tener que pasar por aquellas calles solitarias y fantasmagóricas pero, un mes por una cosa y al otro mes por otra diferente, nunca había encontrado un hueco en el que su economía le permitiese hacer esa inversión. Así, se había casi resignado a continuar andando cada noche por el mismo recorrido hasta que la suerte le proporcionase la libertad deseada.

Esa noche, las calles estaban extrañamente silenciosas y sus pasos, su respiración y los latidos de su corazón resonaban estrepitosamente en los callejones, creando un desasosiego en Cristine que le hacía, si eso era posible, intentar andar más rápido aún.

Ya estaba acercándose a su destino. A lo lejos, entre los edificios antiguos y los contenedores de basura, podía ver las farolas victorianas que decoraban su calle. Extrañas en esa zona de la ciudad, pero que se habían mantenido por no sé que decreto de conservación del patrimonio cultural. La verdad es que esas farolas fue una de las cosas que más atrajo su atención mientras intentaba encontrar un lugar donde colocar toda su vida al sacarla de la casa de su ex. El edificio donde vivía tenía una pequeña escalera a la entrada y una gran puerta con cristales grabados que distorsionaban la luz del vestíbulo al filtrarse tímidamente al exterior iluminando, ligeramente, las barandillas de hierro forjado que enmarcaban los escalones anchos de la entrada. El ladrillo rojo predominaba en la fachada y sólo era interrumpido por unas ventanas de aluminio blanco, de esas de cuadraditos pequeños de cristal y las contraventanas de listones de madera. Ella vivía en un apartamento en el primer piso, así que cuando se podía sentar a mirar por la ventana de su salón, disfrutaba del ajetreo de las personas que recorrían las aceras, con las prisas normales de la sociedad actual, mientras escuchaba música como si fuese la banda sonora de aquel día en especial. Le encantaba mirar las farolas a punto de encenderse en el atardecer y los olmos que había intercalados entre ellas le enviaban los rayos de sol a través de sus hojas blancas y verdes.

Pero aquella noche no había ningún ajetreo en su calle, estaba solitaria, como de costumbre a esas horas, pero al igual que la ciudad exageradamente silenciosa. Parecía que hasta el viento se había detenido para observar, ya que ni los árboles agitaban sus ramas como solían hacer. Cristine se dirigió a la escalera de entrada, subió los anchos escalones de dos en dos y llegó por fin a la puerta de su edificio. Respiró hondo al sentir la luz del interior que la iluminaba y sacó la llave de su bolso por fin relajada. Al girar la llave, al chasquido de la cerradura se le sumó otro ruido, desconocido para ella, un sonido parecido al del viento al pasar por una rendija pero más leve. De repente notó un gran dolor en el cuello y la oscuridad se apoderó de ella.

Despertó después de lo que parecieron horas, tumbada en el sofá de su salón, en el que tantas noches se había quedado dormida viendo alguna película. Una extraña sensación le hacía sentirse incómoda, de repente la oscuridad no le resultaba agobiante como otras veces. A su nariz llegaban fuertes olores que la envolvían de manera asfixiante. Podía distinguir cada matiz de esos olores, y esa misma percepción le hacía tener la mente saturada por el olfato. Cuando se acostumbró a ignorar las fuertes alarmas olfativas, descubrió que su oído estaba también extrañamente sensible. Oía las hojas de los árboles que apenas se movían como si alguien frotase papel de lija al lado de su cabeza, el sonido de una gota cayendo del grifo del lavabo era como una explosión en su cerebro. De pronto no pudo controlar nada y el olfato y el oído empezaron a saturar su pensamiento. Sólo pudo taparse fuertemente las orejas con las manos y gritar de dolor.

Unas manos frías y fuertes la sujetaron por los hombros, mientras unos labios pegados a su frente pronunciaron unas palabras que no se produjeron más que en su interior. “Duerme, siente poco a poco, para que mañana puedas entender tu vida y tu nuevo mundo”.

No sabía cuanto tiempo había pasado cuando abrió de nuevo los ojos. Sus sentidos ya no martilleaban en su cerebro, estaban agudizados pero sin saber cómo había aprendido a dominarlos y a filtrar las sensaciones para seleccionar lo que quería sentir. Por fin, miró alrededor, y se sintió extraña en su propia casa. Llevaba viviendo allí más de diez años y sin embargo ahora cada cosa que veía le parecía nueva y extrañamente ajena. Un leve sonido delató una presencia a sus espaldas, se giró rápidamente en el sofá y vio la figura de un hombre sentado en la mecedora que tenía al lado de la ventana, donde ella pasaba las tardes. El hombre estaba totalmente vestido de negro, no era de esos zumbados que visten con ropa de cuero o de lycra y que escuchan música ruidosa, llevaba un jersey de cuello alto, de hilo, un poco ancho, unos tejanos negros y unas zapatillas de piel negras con los cordones también negros. Su ropa y su pelo contrastaban de forma exagerada con su piel, de un color blanquecino casi imposible y sus ojos azules muy claros y vivos, muy brillantes. Era muy delgado, aunque de complexión atlética y su cara aunque joven tenía un aire de experiencia que daba la sensación de no reflejar su verdadera edad.

Aturdida, se quedó mirándolo sin entender nada. ¿Qué hacía aquel hombre allí? Sabía que la voz que la había calmado era la de él. ¿Cómo había llegado hasta allí en aquel preciso momento para salvarla de la locura? Y lo más importante, ¿qué le estaba pasando?

El hombre parecía ignorar su presencia o tal vez esperaba a que ella dijese algo o hiciese algo para reaccionar. En su mente se formó la idea de bombardearlo a preguntas y en ese mismo momento él dijo:

- Hola! Se que te sientes extraña y que tienes miles de dudas. Pero créeme cuando te digo que todo tiene una explicación y que la decisión no ha sido tomada a la ligera. Sé que no sabes lo que te ha pasado, pero te diré que no hacemos esto sin meditarlo concienzudamente. Antes que nada, debo presentarme. Soy el Varón Gus Von Soheim y pertenezco a una asociación secreta que te ha seleccionado para formar parte de nuestro selecto club.

Ella no daba crédito a lo que escuchaba, ¿qué sociedad? Si ella no había pedido ingresar en ningún sitio. Abrió la boca para expresar todas las dudas que se agolpaban en su cerebro, pero el Varón levantó una mano para ordenarle silencio. Estaba claro que tenía un montón de cosas que decirle y que no quería ser interrumpido. Sin saber porqué obedeció sin rechistar y se quedó escuchando atentamente, como hacía cuando estudiaba.

- A pesar de mi apariencia tengo 900 años y pertenezco al Clan Von Soheim, una estirpe de vampiros de las más antiguas que vino a este nuevo mundo hace siglos para escapar de la decadencia y la opresión que había en nuestro país natal. No sé si sabrás algo sobre vampiros o eres de ese montón de personas que piensan que no existimos y que sólo somos fantasías aleccionadoras para que los niños teman a los extraños y a la oscuridad. Has podido comprobar que somos de verdad y yo soy el encargado de enseñarte todo sobre nuestro mundo, que ha pasado a ser tuyo también. Por causa de nuestra maldición/bendición no se nos está permitido procrear, así que sólo podemos crecer o mantener nuestro número transmitiendo nuestra esencia a personas normales y convirtiéndolas en vampiros. Cuando una persona se transforma en vampiro su cuerpo deja de envejecer, mientras siga alimentándose, así que nos mantenemos con el mismo aspecto que teníamos cuando nos transformaron. Por las leyes que nos hemos auto impuesto debemos mantener un número fijo y no podemos transformar a personas si no es para sustituir a un vampiro muerto (si, podemos morir, pero eso te lo explicaré en otra ocasión). Así que tú fuiste escogida para sustituir a una de nuestras compañeras y hermana que fue asesinada por Los Malditos.

- Espera, espera un momento. ¡¡Crees que puedes bombardearme con un montón de historias de miedo y terror, decirme que formo parte de ellas a partir de hoy, por no sé que elección y que tengo que asumirlo y comportarme como si fuese normal!!

De repente una sensación de sed irrefrenable acudió a su garganta y sin darse cuenta, asombrada, saltó desde el sofá hasta la mecedora dispuesta a morder a su “compañero”. Sin inmutarse el se levantó de la mecedora y con una potente mano paró su empuje en el aire y la tumbó de golpe en el suelo. Por mucho que ella intentaba escaparse de su agarre le resultaba imposible. Los ojos azules se clavaron en los suyos y ella sintió cómo le abandonaban las fuerzas y dejó de resistirse porque su cuerpo ya no obedecía sus órdenes.

- Tienes sed. Ahora mismo, si no te hubiese parado, me habrías matado bebiéndote toda mi sangre hasta saciar esa sed maldita. Pero si me hubieses dejado acabar, sabrías que si hicieses eso te convertirías en uno de ellos. Hoy has de beber mi sangre, pero con mi consentimiento, para completar tu transformación.

Diciendo esto apartó la mano que la sujetaba. Cristine seguía sin poder moverse así que no le hacía falta retenerla. De un bolsillo del pantalón tejano sacó un uñero de plata finamente labrado y cuya punta brillaba como si fuese el aguijón de un escorpión plateado. Extendió su brazo izquierdo y subió la manga de su jersey hasta el codo. Apenas acercó el uñero a su piel y una fina línea carmesí apareció en su muñeca. Acerco el corte a la boca de Cristine y el olor de las primeras gotas de sangre inundó sus sentidos, no podía pensar en nada más, ni tenía otro deseo que el de beber ese ansiado líquido. Al notar la sangre en sus labios una sensación de poder inundó su cuerpo, sintió que una gran energía la llenaba y que la hacía cambiar de una extraña forma. Recuperó el control sobre su cuerpo y sin pensárselo dos veces acercó su boca a la muñeca del Varón y empezó a beber el líquido de la vida. Su corazón latía desenfrenado y todo su cuerpo vibraba al notar la energía que recorría su garganta. En un momento se sintió increíblemente viva, tenía consciencia de cada milímetro del espacio que la rodeaba y podía notar las respiraciones de todos los seres que hacían sus vidas en la ciudad, como si fuesen gritos. Sentía sus corazones latir en consonancia con el suyo y por un momento creyó estar dentro de cada uno de ellos.

De repente esa percepción desapareció dando paso a un fuerte dolor en su pecho, no entendía que le pasaba, había dejado de oír los corazones de las demás personas y también el suyo. Llevó las manos a su pecho intentado agarrase el corazón, como si lo pudiese hacer volver a latir. La respiración era cada vez más dificultosa y el dolor insoportable, estaba tumbada en el suelo retorciéndose de dolor con las manos apretadas contra su pecho, cuando de su garganta salió un grito espeluznante que se fue apagando poco a poco con su último aliento.

Abrió los ojos después de una eternidad, o eso le parecía a ella. Y lo único que vio fue más oscuridad. Notó un olor arcilloso a tierra mojada que le colmó rápidamente el olfato, estaba tumbada boca arriba en una especie de cama muy blanda y notaba el tacto del terciopelo sobre el que estaba tumbada, pero no se podía mover. Al levantar los brazos y palpar alrededor se sobresaltó al descubrir que estaba en lo que parecía un ataúd. Una sensación de ahogo se apoderó de ella y empezó a respirar agitadamente hasta que se desvaneció.

Una luz muy intensa se coló filtrándose a través de sus párpados e inundando sus ojos de un color naranja que la hería después de tanto tiempo en la oscuridad.

- ¡¡Levanta perezosa!! Hoy empieza tu nueva vida y tu primera lección. Es un día de comienzos y por lo tanto de esperanzas renovadas y recién adquiridas.

Era su voz, la maldita y sensual voz del Varón. Se incorporó y abrió los ojos de golpe. Extrañada observó que la única luz que había en su salón provenía de un candelabro con cuatro velas que había comprado años atrás en un mercadillo de segunda mano. Aquella luz ya no le molestaba y sus ojos se adaptaron asombrosamente rápido al cambio. Salió rápidamente del ataúd, aún conservaba ese miedo innato a la muerte y a todo lo que hacía referencia a esta.

- Por cierto, no es necesario que me des las gracias pero, ese ataúd es un regalo mío, herencia de familia. Es el único sitio que te aislará los sentidos de forma total para poder descansar durante el día. Y sí, somos criaturas nocturnas, no podemos exponernos a la luz del sol sin morir calcinados. Así que más vale que te acostumbres a el, porque te salvará la vida y también de volverte loca con el ajetreo al que se verán sometidos tus sentidos.

Su voz sonaba como la de los maestros de escuela cuando están explicando las lecciones a sus pequeños alumnos, pero ella no podía dejar de escuchar. Poco a poco fue enumerando las leyes básicas de la vida o no-vida de los vampiros. Ella absorbía toda la información aunque aún no estaba muy segura de para qué le serviría. Además de las leyes normales también le explicó que su Clan, como uno de los más antiguos, debía observar ciertas leyes pactadas entre los diferentes clanes. Así, un vampiro nunca beberá en el territorio de otro clan si no es por motivo de máxima necesidad. Ningún vampiro convertirá a ninguna persona que viva en el territorio de otro clan y todas las conversiones deben ser fijadas y aceptadas por el consejo del clan. Y la más importante, ningún vampiro se alimentará de otro vampiro, bajo pena de muerte.

Después de tres horas de leyes, historia y forma de vida vampírica, Cristine esta empezando a bostezar. Había asimilado mucha información pero aún así recordaba cada palabra. Sabía donde tenía que acudir en caso de necesidad, la historia completa del clan al que pertenecía a partir de hoy y un montón más de datos, lugares, nombres y fechas que se habían grabado en su memoria como si los supiese desde pequeña.

- Bueno Princessa, ahora debemos salir a dar una vuelta por las calles a oscuras, tienes que acostumbrarte a tus nuevos poderes y debes alimentarte para completar tu paso al lado oscuro. Ponte algo más apropiado para ir de caza. Te espero aquí sentado, pero no tardes, que la noche es joven y hay que aprovecharla.

Subió a su habitación. “Algo apropiado para salir de caza” cómo se supone que debe vestirse alguien para salir a cazar?? Unos pantalones de camuflaje, un jersey de lana con coderas y hombreras de color verde y una gorra??? Ella no tenía nada de eso en su armario, así que decidió coger lo más cómodo que tenía. Recordando cómo iba vestido el Varón, se puso unos tejanos, negros, elásticos que le resultaban muy cómodos, sus botas preferidas, una camiseta de algodón negra de manga corta (le encantaba aquella camiseta por el dibujo hecho de brillantes cristalitos que formaban unas alas de ángel) y cogió su cazadora negra de piel justo en el momento en que el Varón se presentó en la puerta de su habitación para buscarla.

- Vamos Princessa, la muerte no suele esperar a nadie y menos a los hambrientos.

Al salir a la calle un montón de magníficos olores inundaron sus sentidos. Los árboles le susurraban al oído y un montón de presencias sensuales se formaban como imágenes en su mente. Sólo la voz de Gus consiguió sacarla de su éxtasis sensorial al apremiarle a que la siguiera. Corrieron por las calles, ella no sabía dónde iban ni se fijaba en el camino. Sentía una vitalidad nueva y embriagadora, corría y veía pasar las calles como antes nunca había sentido. Sin darse cuenta habían llegado al centro de la ciudad y apenas sin esfuerzo. No se sentía cansada, no respiraba con dificultad y sentía que podía haber seguido corriendo horas y horas.

- Cristine. A partir de aquí comienza la caza. Sé que te sientes eufórica, tus sentidos y tu fuerza han aumentado y tu cerebro aún no se ha acostumbrado a tu poder. Pero “La Caza” no es un asesinato ni una masacre. Escogemos a nuestras víctimas con cuidado y disfrutamos de cada momento de la persecución y del final de su vida. Con una sola persona por noche tenemos suficiente para vivir y conservar nuestro potencial al máximo, así que ese es el número que marcan nuestras leyes. Ningún vampiro puede matar a más de una persona para alimentarse y sólo puede matar para comer, no por el placer de sentirse superior. Solo Los Malditos han abandonado esa guía, matan sin sentido y sólo por el placer de hacerlo.

Empezaron a caminar por una de las calles principales de la ciudad. Era de esas calles abarrotadas de gente e iluminada por las luces de los escaparates de las tiendas. Las anchas aceras parecían un hervidero de almas y Cristine podía percibir los latidos de cada una de las personas que la rodeaban. Había corazones acelerados, acuciados por las prisas y el estrés. Otros latían de forma sosegada, a contracorriente con las prisas del resto del mundo. Había latidos dulces y golosos y otros duros y ásperos que daban una idea de la persona a la que pertenecían. De pronto un latido se alzó de entre la multitud y captó su atención. No se parecía a ninguno de los que había sentido hasta ahora. Este la llamaba y la atraía de una forma melodiosa, como si crease una música que sólo ella pudiese escuchar y sonase especialmente para ella.

Gus se dio cuente de su distracción, la miró fijamente a los ojos y sin mediar palabra miró en la dirección de donde provenían los latidos. Los dos estaban parados delante del cristal de una cafetería. En un reservado que se veía desde la calle había una chica sentada, agarrando un vaso de papel con las dos manos. El calor del café calentaba sus manos que estaban coloradas, pero su cara era de un tono pálido, no muy común. Tenía los ojos grandes y marrones, era delgada y sus curvas estaban ocultas por un montón de ropa negra con hebillas y adornos metálicos. Llevaba una camiseta de manga larga de rallas horizontales blancas y negras cuyas mangas le llegaban hasta las palmas de las manos. En contraposición con su imagen monocromática, su pelo era de un tono violeta o rojizo (muy difícil de distinguir). Algo atraía a Cristine hacia ella y supo que tenía que entrar a hablar con esa persona a pesar de interrumpir su caza y su iniciación. Entonces Gus la cogió de una mano y le dijo.

- Veo que ya has escogido a tu primera víctima. He notado sus latidos y también he sentido el efecto que han causado sobre ti. Acabas de aprender el método por el que escogemos a nuestras víctimas o ellas nos escogen a nosotros. Entra y gánate su confianza, a partir de ahora estás sola en tu primera caza.

Cristine se acercó a la puerta del café y se quedó plantada delante sin atreverse a entrar. No sabía muy bien porqué, pero la determinación de unos momentos antes había desaparecido de repente. Una pareja se acercó a la puerta, el chico abrió y sujetó la puerta mientras la chica salía. Al ver a Cristine allí parada no soltó la puerta y con la otra mano y un guiño invitó a Cristine a entrar. Todas sus dudas desaparecieron y con una sonrisa se dirigió al encuentro de aquella dulce chica.

Sin pensárselo dos veces, se sentó en el reservado enfrente de la chica del latido atrayente. Ella no se inmutó, seguía agarrada al calor del vaso y de vez en cuando se acercaba el borde a la boca para beber un poco del humeante café. Cristine estaba enfrente de ella mirándola fijamente, sin pestañear y sintiendo, más intensamente sus latidos y el sonido de su sangre al recorrer su cuerpo. Sin ni siquiera darse cuenta sus ojos recorrían las pocas zonas de piel que quedaban visibles debajo entre tanta tela negra y se detenía aquí y allí cuando un latido provocaba un ligero movimiento en las venas que podía intuir.

Al poco, aquella chica detuvo su ejercicio para entrar en calor y se puso a mirar fijamente a Cristine. Durante unos instantes parecieron dos efigies, la una atrapada por la mirada de la otra. Hasta que una voz sacó a Cristine del embrujo de aquellos grandes ojos.

- Hola!! Supongo que tendrás alguna razón para sentarte conmigo y mirarme de ese modo. Pero al menos me gustaría que me la explicases. No es que no me guste que me mires, es que me parece una pérdida de tiempo compartir las miradas sin saber los motivos que las provocan.

Cristine se quedó parada. No esperaba esa reacción. En realidad no sabía lo que debía esperar y se limitó a mantenerse en silencio mirando a los ojos de aquella chica. Sintió ganas de contarle todo lo extraño de la noche anterior, de adoptarla como confesora de sus dudas y miedos, pero algo en su interior le decía que no podía cometer ese tremendo error. Así que siguió observándola durante un rato más. No puso evitar sentir el sonido de su sangre circulando por las venas de su cuello, esas que había observado íntimamente, tímidamente y que seseaba con todas sus fuerzas. En un momento unas palabras se formaron en su boca, no sabía de dónde le había venido el impulso, pero las lanzó sin pensar y sabiendo que serían las justas para conseguir su objetivo.

- No he podido evitar fijarme en tu mirada, desde que he pasado por el escaparate y he mirado hacia dentro. Te aseguro que nunca he hecho esto, pero al verte me he dado cuenta de que debía conocerte y he decidido entrar a hablar contigo. Puede que te sorprenda mi actitud, pero te aseguro que esto es lo menos extraño que me ha pasado últimamente.- Los ojos de Cris permanecían en todo momento clavados en los de la chica y sentía como si sus palabras sólo sirviesen para complementar lo que decían sus ojos.- Si te soy sincera, me molesta mucho este ambiente, el humo, el ruido el intenso olor a comida y si no te importa me encantaría invitarte a pasear en una noche tan perfecta por la ciudad.

- De acuerdo, vamos. De todas maneras aquí no hay nada interesante y ya me he quitado el frío de la noche con este café.

Las dos salieron juntas del local ignorando las miradas sonrientes de los pocos asiduos que aún permanecían aumentando su borrachera en la barra. Cristine caminaba detrás tranquilamente, observando los movimientos de esa chica, explorando su olor, sus latidos y el sonido de su piel al rozar con la ropa en cada movimiento. Caminaban sin rumbo, ajenas al resto de personas que a esas horas caminaban ausentes por las calles. Iban caminando lentamente, paseando y sintiendo los latidos de la ciudad. Sin pensarlo se encontraron en un gran parque, oscuro y desierto que quedaba muy cerca de la casa de Cristine.

Se sentaron en un banco y empezaron a hablar de sus gustos, de lo que las había llevado a salir aquella noche a pasear y de lo que buscaban en esa ciudad. Por supuesto Cristine ocultaba su verdadera razón y aunque nunca antes se le había dado demasiado bien inventar historias, le dijo que se había sentido atraída por la temperatura de aquella noche y que había sentido un impulso repentino de caminar por las calles y ver cómo vivía su ciudad a esas horas. Poco a poco se dio cuenta del montón de cosas en común que tenía con aquella chica, a pesar de la diferencia de actitud ante las situaciones y de los recientes acontecimientos, que habían cambiado su forma de ver el mundo, toda su vida anterior había tenido las mismas dudas y anhelos que aquella chica.

No obstante, se encontraba inquieta, no sólo por sentirse intimidada por la mirada intensa de ella, sino por algo que removía su interior. Si vista se desviaba sin querer a sus labios, a las venas de su cuello que sentía palpitar y en las que oía los latidos de su joven corazón. Se fue acercando poco a poco a su cuerpo, el calor que emitía su piel la asfixiaba, lo sentía tan intensamente a causa de su nuevos “poderes”, como si hubiese tenido su cuerpo desnudo sobre el suyo. No comprendía muy bien el porqué, pero esa voz que se había alojado en su cabeza le indicaba lo que debía hacer, le anunciaba sus acciones y cómo debía ejecutarlas. Mientras la chica hablaba, Cristine acercó una mano a su mejilla y apartó un mechón de pelo, que tapaba ese intenso color rosado, con una ligera caricia. La chica, al sentir el roce de sus dedos, se extrañó al principio (Cristine supuso que por el frío de su piel) pero después al acostumbrarse a ese contacto, cerró los ojos apaciblemente y entreabrió los labios. Un impulso incontrolable la atrajo hacia aquellos labios carnosos y húmedos que empezó a devorar sin comprender el motivo y que disfrutó de una manera que jamás hubiese esperado. Sentía los latidos de ese tierno corazón palpitando en sus labios, un hambre inmensa comenzó a brotar en su mente y sintió como sus colmillos salivaban anunciando el festín. Abandonó ese duelo frenético y recorriendo el camino con suaves beso dirigió su ansia hacia el cuello de la chica, que emitió unos gemidos de placer por las caricias recibidas.

Cristine no podía controlarse y preparando su acción separó ligeramente los labios del cuello de la chica, ella totalmente dominada por la intensidad de sus besos susurró:

- No pares ahora, por favor… Me encanta.

Y como si de una orden se tratase sus colmillos se clavaron directamente en aquella yugular que tanto la atraía, en aquella fuente de vida que llevaba horas llamándola sin cesar. El corazón, inflamado por la excitación de la chica, bombeaba con fuerza la sangre hacia la garganta de Cristine, que devoraba, se alimenta y saciaba su sed con ansia depredadora. Poco a poco fue notando cómo sus latidos perdían fuerza, como su energía se iba apagando como la llama de una cerilla rodeada de la oscuridad en la que se estaba sumiendo. Cristine se asustó, sui conciencia empezó a gritarle dentro de la cabeza, a pelearse con esa otra voz que había dictado todos sus actos hasta entonces y con una sensación de terror se apartó de aquel cuello y soltó su mordisco asesino.

La muchacha cayó, apenas sin vida, sobre sus brazos, como si toda su energía se hubiese esfumado. Y los ojos de Cristine se anegaron en lágrimas de tristeza y reproche por el crimen que había estado a punto de cometer. De repente unas fuertes manos la apartaron de su victima y horrorizada vio como Gus, su maldito mentor, la arrancaba del lado de aquella preciosa muñeca de trapo para partirle el cuello con un simple movimiento de su mano.

Cristine saltó llena de furia, al cuello de su mentor. El impacto de sus manos hizo que este soltase el cuerpo sin vida de la chica y con esa presa mortal lo estrelló contra un árbol que había detrás del banco. Deseaba matarlo, acabar con esa triste vida que había cometido aquel horrendo crimen. Deseaba con todas sus fuerzas destrozar esa garganta que estrechaba entre sus manos.

De un tremendo manotazo Gus la tiró al suelo, liberándose de su presa y con una orden de su voz hizo que su cuerpo se paralizara como agarrado por sogas invisibles al suelo del parque.

-¿Pero no has escuchado nada de lo que te he dicho? ¿O acaso eres tan tonta o estás tan loca como para no haberme creído? Te he explicado lo les pasa a los pobres que no son convertidos por alguien con el conocimiento necesario, no creas que todo es un juego, la vida de muchas personas depende de una minúscula decisión, sólo existe un paso muy corto entre la vida y la muerte, estabas a punto de condenar a esta pobre criatura a vivir en medio de ese lugar sin nombre.

Cristine fue notó como las palabras de Gus se le colaban en el cerebro y se instalaban en su inerte corazón. Poco a poco fue notando cómo la calma retornaba a su espíritu y así las ataduras invisibles fueron liberadas dejando que volviera a controlar sus movimientos.

Estaba furiosa, pero había comprendido la crueldad de su acto y a pesar del dolor que había sentido también comprendió la necesidad de arrebatar definitivamente la vida de sus victimas. Se juró que nunca más dudaría de la palabra de Gus y por supuesto que prestaría toda la atención necesaria para aprovechar las lecciones que la ayudarían a vivir su no-vida desde aquella noche.